Aquí van dos textos para comenzar a desandar los laberintos borgeanos:
Leerlos para la clase del día lunes 5 de agosto.
Cuento: "El otro": http://www.lamaquinadeltiempo.com/prosas/borges01.htm
Cuento: "El episodio del enemigo":
Leerlos para la clase del día lunes 5 de agosto.
Cuento: "El otro": http://www.lamaquinadeltiempo.com/prosas/borges01.htm
Cuento: "El episodio del enemigo":
Episodio
del enemigo
Jorge Luis Borges
Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo
estaba en mi casa. Desde la ventana lo vi subir penosamente por el áspero
camino del cerro. Se ayudaba con un bastón, con un torpe bastón que en viejas
manos no podía ser un arma sino un báculo. Me costó percibir lo que esperaba:
el débil golpe contra la puerta. Miré, no sin nostalgia, mis manuscritos, el
borrador a medio concluir y el tratado de Artemidoro sobre los sueños, libro un
tanto anómalo ahí, ya que no sé griego. Otro día perdido, pensé. Tuve que forcejear
con la llave. Temí que el hombre se desplomara, pero dio unos pasos inciertos,
soltó el bastón que no volví a ver, y cayó en mi cama, rendido. Mi ansiedad lo
había imaginado muchas veces, pero sólo entonces noté que se parecía, de un
modo casi fraternal, al último retrato de Lincoln. Serían las cuatro de la
tarde.
Me
incliné sobre él para que me oyera.
–Uno cree que los años pasan para uno –le dije–
pero pasan también para los demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que antes
ocurrió no tiene sentido.
Mientras yo hablaba, se había desabrochado el
sobretodo. La mano derecha estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y
yo sentí que era un revólver.
Me dijo entonces con voz firme:
–Para entrar a su casa, he recurrido a la
compasión. Lo tengo ahora a mi merced y no soy misericordioso.
Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y
sólo las palabras podían salvarme. Atiné a decir:
–Es verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero
usted ya no es aquel niño ni yo aquel insensato. Además, la venganza no es
menos vanidosa y ridícula que el perdón.
–Precisamente porque ya no soy aquel niño –me
replicó– tengo que matarlo. No se trata de una venganza sino de un acto de
justicia. Sus argumentos, Borges, son meras estratagemas de su terror para que
no lo mate. Usted ya no puede hacer nada.
–Puedo hacer una cosa –le contesté.
– ¿Cuál? –me preguntó.
–Despertarme.
Y así lo hice.
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